Hace unos años, un encuentro con tales características hubiera pasado completamente inadvertido. De hecho, con toda probabilidad no hubiera tenido lugar, reduciéndose en todo caso a dos o tres puntos de un programa electoral que, de cara a la galería incluiría unas bonitas referencias estereotípicas al desarrollo sostenible. Por si picaba algún amigo de la tierra despistado.
Pero ahora la situación fuerza a la inventiva, a sacar cosas de la nada y crear densas cortinas de humo. ¡A vender progresismo toca!
Con estas, el encuentro se vendió por todo lo alto. Los medios de comunicación hablaban de la celebración de una especie de congreso sobre energía en el que intervendrían destacados líderes socialistas, inclusive nuestro ilustre Presidente del Gobierno. Nadie sabía con exactitud de que se trataba, pero la expectación crecía a cada momento.
Y así, entre rumorología y vaticinios, llegó la hora de la verdad. En un montaje esperpéntico, a medio camino entre el show de Larry King y el de Oprah Winprhey, dentro de una burda imitación de un montaje electoral norteamericano orquerstada por algún lumbreras de la comunicación política, fueron suciediéndose las apariciones de la cúspide socialista patria. Pajín y Aído, Pepe Blanco y ZP. Pero también viejos tipos duros, como Ibarrra o Chaves, desfilaron por la alfombra roja, cual entrega de premios Oscar, que desembocaba en un escenario en torno al cual miles de militantes socialistas aguardaban a que se desvelara el muy buen guardado secreto que estaba a punto de ser anuncuiado. Los tambores hicieron redobles, las piernas del público temblaron y la emoción embargó hasta al apuntador. Y, por fín, ZP habló.
España tendrá una nueva Ley de Economía Sostenible, una nueva arma legislativa extrapresupuestaria, ingeniada por el más progresista de los gobiernos mundiales. Planetarios incluso. Porque sí, que lo sepa todo el mundo: nuestro ejecutivo ha encontrado la solución a la penosa situación económica que todos vivimos.
La solución está en el reciclaje y las energías renovables. Se acabaron el ladrillo y el petróleo. Tan fácil como eso. Sólo un auténtico lince podía acercarse a tan elaborada idea.
Desde luego había que ser un socialista muy convencido, un parroquiano ejemplar, de esos que son más papistas que el propio Papa, para que a uno no se le quedara cara de tonto. Porque los oradores, uno tras uno, no dejaron de repetir que el Gobierno español había tomado las riendas, captando la dinámica de los tiempos y trayendo a colación lasoluciones más progresistas jamás diseñadas.
Visto lo visto, la consideración de nuestro ejecutivo, y en consonancia de la élite socialista, sobre los ciudadanos españoles no es muy elevada. Hay que llegar a la categoría de imbécil para pensar que progresismo es una ley que dice que el modelo productivo en el que se basaba la economía hodierna está agotado y que hay que apostar por otras vías. De hecho, representa todo lo contrario, constituyendo el perfecto ejemplo de medida reactiva, propia de un Gobierno a remolque de las circunstancias.
Que los combustibles fósiles tienen las horas contadas es algo que se sabe desde hace décadas. Es notorio que los países de los petrodólares llevan tiempo reinventando su estructura económica, orientándola sobre todo hacia el ámbito turístico.
Ahí está el, parece que fracasado, ejemplo dubaití. Y aunque también se anunciara a bombo y platillo el acuerdo petrolero con Venezuela, todo el mundo sabe que la calidad del crudo caribeño dista mucho de ser la ideal.
Si este hortera montaje mediático se hubiera llevado a cabo en el 2.005, la credibilidad socialista hubiera sido desde luego mayor. No absoluta, pero sí mayor. Hubiera reflejado la existencia de un proyecto e ideas propias, de determinación política. Pero casi cinco años después, el ejecutivo socialista no engaña a casi nadie. Salvo, claro está, a los que conscientemente se dejan engañar.
Pero quizás, lo peor y más llamativo de todo esto sea lo del progresismo, la repetición machacona de ese concepto idealizado hasta el infinito. Que si el desarrollo sostenible es progresismo, que si el Gobierno que lo aplica es muy progresista, que si España tiende al progresismo.
Pero, ¿qué quiere decir en realidad progresismo? Todo el mundo oye hablar de esta expresión, merced a nuestra socialdemocracia, tanto política como mediática, pero nadie tiene ni pajolera idea de que significa. Aído llena su boca a diario dos o tres veces con la expresión, gustándose y tratando de seducir a los ya mencionados parroquianos, cual paradigma conductor, alumbrador de la verdad universal y absoluta, proyectada en cuestiones que nos hacen avanzar a los españoles, como la despenalización por plazos del aborto o la Ley de la Memoria Histórica.
Por este motivo resulta interesante, de cara a desmontar la estafa dialéctica de quienes nos gobiernan, recordar las palabras del profesor Gustavo Bueno en una de sus últimas obras: "La idea moderna de progreso, es decir, la idea de progreso lineal acumulativo, tal y como se formalizó en la Francia del Siglo XVIII (Turgot, Condorcet...), como la idea de Revolución Política abierta, había comenzado en España a formarse, a raíz del descubrimiento de América, cuando los conquistadores o cronistas (Hernán Cortes o Bernal Díaz del Castillo), que conocían suficientemente los textos de la antigüedad griega y romana, habían podido constatar objetivamente que sus descubrimientos y hazañas superaban ampliamente los descubrimientos y hazañas de los antiguos". (Bueno, G. El mito de la derecha, 26:2.008).
El refrito legislativo que representa la Ley de Economía Sostenible dista mucho, en puridad de ser progresismo. Siquiera de acercarse a la idea genuina de progresismo. Mucho más estudiada por otros teóricos, como el profesor Bueno, que por los propios socialistas.
Si acaso, podrá considerarse un buen engañabobos, propio de quienes ven en el lenguaje vacío y en el marketing político todo un fin.