El título de esta entrada bastaría para dejar claro el sentido del artículo. Somos completamente estúpidos, idiotas profundos; imbéciles. Así de sencillo. En caso contrario, no podríamos entender nada.
Un año más, el acto va camino de convertirse en sagrada tradición, hordas de jóvenes armados con botellón de supermercado tomaron la ciudad de Granada, alcanzando la nada despreciable cifra de 20.000 almas. Número más que suficiente para conquistar la ciudad si se quisiera.
Pero no. Las preocupaciones de estos jóvenes van en otra dirección. Sol, alcohol barato y en cantidad, masificación, modelitos de Zara, Pull and Bear y H&M, gafas de sol, olor a orín y abundante suciedad en el suelo. ¿Qué más puede pedir un joven de hoy en día? Absolutamente todo lo necesario para divertirse, socializarse y reir a carcajadas. Celebremos por todo lo alto nuestra estupidez, que de eso se trata. Celebremos la irresponsabilidad inherente a la condición de ser joven. Celebremos la ausencia de preocupación, la falta absoluta de valores. Celebremos que los jóvenes se han liberado de la pesada carga de la espiritualidad. Celebremos, en definitiva, la victoria del hedonismo. Es un gran triunfo, que nadie ose ponerlo en duda. Que las aspiraciones de nuestra desgraciada generación empiecen y acaben en un recinto denominado botellódromo lo hace todo más sencillo. Las preocupaciones desaparecen.
A quién en su sano juicio puede importarle que España camine con paso firme hacia los cuatro millones de parados si a cambio de 6 euros podemos disfrutar de unas cuantas horas de alcohol y amistad. Y para cuando nos despertemos, gracias a Dios, contamos con estupendas redes sociales en las que ver las fotos del día anterior.
Mientras tengamos estas preciadísimas posesiones, qué importa lo demás. Da igual, la juventud ha aprendido eso de carpe diem. Y no hay más.
Por eso estamos así de jodidos. Por imbéciles. No hay vuelta de hoja. Motivo por el que nosotros, esos locos que una o dos veces a la semana salen hasta las tantas de la noche con escobas y carteles que nadie lee, cada vez lo tenemos también más claro. Con una generación tan infame de jóvenes hay poco que hacer. Prácticamente nada. No podemos competir con el botellón, es imposible.
Así que sólo nos queda seguir pegando pancartas y carteles con la esperanza de que el día que se acaben las botellas de ron y la gente no pueda pagar la conexión a internet para ver el "tuenti", nuestros lemas sean entonces leídos.
¿Pesimismo? Jamás. Las risas y el buen humor serán siempre la tónica de esas noches de militancia. Infinito mejor recuerdo de juventud que las aglomeraciones alcohólicas de la masa. O al menos eso pensamos los que miramos más allá de nuestro ombligo.