Estos progresistas tienden a autoconsiderarse abanderados dentro de una guerra moral, en la que, como es obvio, ellos son los buenos. Representan los más altos valores humanos, pues su búsqueda es la búsqueda de la verdad. O, cuando menos, de una verdad que para ellos debe ser la que domine. Lo que podríamos denominar la versión oficial. Para los progres de la Alhambra, en ese conflicto del que ya han pasado siete decenios se produjo una dialéctica muy simple: éstaban los muy buenos y los hijos de puta. Y a los segundos hay que seguir fastidiándoles. Aunque los muy buenos, a poco que buceemos en la historia, no lo fueran tanto. Y aunque hayan pasado setenta años. Aun a pesar de la transición, de la Constitución del 78, de lo que los libros de texto cuentan a los escolares. A pesar de todo ello, los progres granadinos creen que hay que continuar machacando a los malos. Al tiempo, se creen revestidos de la más elevada legitimad moral y ética en esa lucha. Lo que los hace aun más estúpidos. Tanto, o más, como esa eterna guerra entre las dos Españas. Que estos buenos imbéciles quieren seguir prolongando de manera indefinida.
Una pena lo de estos santos luchadores por la libertad, que sin miedo a equivocarnos colocaremos dentro de esa patología de hemiplejia mental a la que hace también siete décadas se refirió Ortega y Gasset.