Vergüenza, humillación o malestar general. Estos deben ser algunos de los síntomas que deben padecer los abertzales de Lazkao, pueblo vasco en el que ETA ha cometido su último atentado. Y deben sentirse así porque un sólo hombre, a plena luz del día y a cara descubierta (práctica antitética a las que acostumbran estos individuos) ha respondido a este atentado de la forma más contundente que ha podido; destrozando martillo en mano la sede de D3M, siglas a través de las cuales el entramado etarra pretendía concurrir a las elecciones vascas. La explicación a tan explícito comportamiento es sencilla a la par que triste; este hombre, hijo de un ex-concejal socialista, vivía en la planta superior de la casa del pueblo socialista que ETA destrozó con el atentado, de manera que ha perdido su vivienda con la explosión. Ello unido a las amenzas que con anterioridad había recibido su familia motivó que este decidido ciudadano pagara a los abertzales no con su misma moneda, sino con aquella que utilizan los valientes, los que no tienen que cubrir su rostro con pasamontañas ni hacer dianas en viviendas particulares de madrugada. Lo más sangrante para los batasunos ha sido que a falta de coraje entre ellos para arrebatarle el martillo a este hombre, ha tenido que ser la ertzaintza quien lo redujera. Si, ese mismo cuerpo contra el que atentan y al que tachan de fascista, ha tenido que ir en ayuda de los "radicales". Por si fuera poco, una de estas pobres almas se ha jactado de que "le iban a meter 8 años". De nuevo, curioso. Aquellos que consideran a la justicia un brazo represor del Estado español, animan la actuación judicial en este caso.
Desde luego, si les quedara algo de dignidad mañana tendrían que sacar todos los pasamontañas y taparse la cara, porque la lección que hoy han recibido ha sido de órdago.
Una pena que este valiente ciudadano tenga ahora que responder judicialmente de una acción que no queda más que apalaudir. Y que nadie lo dude; varios miles más de hombres como este y el entramado abertzale quedaría reducido a un puñado de chistes sobre unos tíos con greñas, argollas en las orejas y camisetas de rayas.
Como no podía ser menos, a las pocas horas se colgaron varias pancartas acusando al valiente de fascista. Ya lo dice el refrán; no se le pueden pedir peras al olmo.