sábado, 18 de octubre de 2008

Crisis, crisis, crisis...

Crisis, si. Pero, ¿sólo económica? Dentro de la paranoia colectiva en la que hemos entrado en el mundo occidental, al descubrir el sinsabor de la falta de liquidez tras años y años de goce de una economía especulativa, todo el mundo parece olvidar lo fundamental; ¿Nos ha vuelto locos el dinero?

Estudios recientes han demostrado que con sólo una vigésima parte del capital inyectado en bancos y entidades financieras sin solvencia, podrían construírse campos de cultivo, escuelas y desarrollar una asistencia de primera mano para varias decenas de millones de personas del mundo subdesarrollado.


Y no solo eso. Cómo no quedar estupefactos cuando los diferentes gobiernos nacionales se vuelcan de la manera en la que lo están haciendo con los principales culpables de esta situación. Es decir, con los especuladores profesionales.


De locura. Quienes han asfixiado la vida de cientos de miles de españoles, quines han concedido préstamos y créditos hasta en las situaciones más delirantes con tal de seguir aumentando su facturación, véase el famoso caso de los directivos de Caja Granada en Madrid, ahora son auxiliados sin paliativos por nuestros gobernantes.


Las hipotecas siguen subiendo, al igual que el paro, los mortales comunes cada vez estaremos más agobiados, pero los responsables seguirán sin pagar precisamente por su responsabilidad.


Desde luego, la justicia, en su más escueta y auténtica definición, dar a cada uno lo suyo, anda lejos, muy lejos.


Atiendan a lo que decía hace unas semanas Javier Ruiz Portella en ese gran periódico que es El Manifiesto:




"Manténgase, por el contrario, la propiedad y el mercado. Pero encauzados, dentro de límites que impidan esta alucinada vorágine que lleva por nombre “capitalismo”. Que quienes disfrutan y se realizan fabricando y comerciando, lo sigan haciendo —los hay, se lo aseguro; bien está y es preciso que los haya. ¡Pero que no todos, por Dios, nos veamos obligados a hacerlo! ¡Que no todos; que sobre todo los mejores no tengan que vivir inmersos, asfixiados, por el espíritu del trabajo, el dinero y la productividad! ¿Quieren comerciantes y fabricantes seguir mercadeando y fabricando? ¿Quieren sus liberales corifeos seguir cantando sus glorias y alabanzas? Háganlo cuanto les plazca. Pero impónganse todos los encauzamientos necesarios para que su actividad, por más digna y respetable que sea, deje de constituir la piedra angular sobre la que se sostiene, hoy, el destino de los hombres y de los pueblos".




"La riqueza de la que disfrutamos, todos estos inventos, todos estos perfeccionamientos de nunca acabar, toda esta abundancia que hoy nos permite vivir materialmente como ni siquiera los dioses vivían en el Olimpo, ¿qué sentido tiene todo ello, sino el de permitir que estemos lo menos agobiados posible por “el orden gris de los días”, como lo llamaba Cernuda? ¿Para qué diablos hemos inventado tantos artefactos y cachivaches, si no es para que, asumiendo los artefactos y cachivaches la mayor parte del orden material de la vida, podamos olvidarnos tanto de él como de ellos? ¿Para qué queremos riquezas y dinero si no es para entregarnos de lleno, con belleza y con grandeza, a lo único que de verdad importa?".