Puede que esta sea una de las frases que más se repiten entre la población de 15 a 30 años de nuestro país cada vez que la semana laboral toca a su fin. La gente más joven ha hecho de la noche uno de los pilares esenciales de su existencia. Discotecas y pubs de moda ebullen los viernes y sábados, atestados de jóvenes con ganas de divertirse y pasarlo bien. Grupos de amigos que consumen alcohol en sus muy diversas modalidades y bailan al son de los ritmos musicales que hayan elegido entre la amplia variedad que ofrecen los locales nocturnos.
Los motivos que impulsan este fenómeno, y que arrastran a varios millones de jóvenes, pueden sintetizarse en el mencionado divertimento. Pero esa diversión se ramifica notablemente; para unos consiste en beber hasta perder considerablemente el sentido común, otros apuestan por reir y bailar con sus amigos alentados por una dosis de alcohol en sangre, los hay que centran sus salidas en la búsqueda de alguien que llevarse a la cama y quienes, simplemente, gustan de echarse unos bailes en la pista.
Sin embargo, existe una coincidencia total en todos los casos. La fiesta, la noche, se ha convertido para la inmensa mayoría en una pauta de comportamiento continuado, eje clave de sus vidas. Pocos son los jóvenes que pasan más de dos semanas seguidas sin salir por la noche. Ello podría llegar a suponer un factor de aislamiento social, de inadaptación.
¿Pero realmente es tan bueno este tipo de vida? Desde nuestro punto de vista, la respuesta es clara; rotundamente no. Ahora bien, evitemos actitudes hipócritas. Como jóvenes, nosotros tampoco nos sustraemos de esta clase de conductas. Sin embargo, creemos que ello no supone un impedimento para pensar no solamente que existen alternativas, sino también que la importancia que nuestra generación concede al mundo de la noche es una de las caras que manifiestan la decadencia de nuestra sociedad. Es decir, emplear el tiempo libre en divertirse en compañía es una actitud sumamente positiva, vivir pensando exclusivamente en el fin de semana no.
Quienes únicamente trabajan/estudian, comen, consumen y salen de fiesta, conforman el perfecto ejemplo de ciudadanos alienados por el modo de vida que la globalización ha instalado en el occidente desarrollado. Esclavos del nuevo opio social, del pan y circo del siglo XXI. La vorágine mundialista generaliza cada día más rutinas vitales en las que las discotecas, pubs, centros comerciales o ciber cafés constituyen los únicos instrumentos utilizados por la juventud para consumir su tiempo libre. Y es esa sensación de que las canchas deportivas se vacían mientras locales mal iluminados, atestados de humo y con una música más que lamentable, cuelgan el cartel de completo, lo que nos ha movido a la organización de estas jornadas de deporte y naturaleza. Ello por sentido común y por nuestro férreo carácter antimundialista. El deporte como herramienta para la interiorización de valores contrarios al egoísmo y materialismo de nuestras sociedades, así como incentivo para la superación y la consecución del bienestar físico. La naturaleza como defensa firme de nuestra tierra frente a su maltrato por el modo de vida capitalista. Un medio en el que disfrutar y al que cuidar como futuro legado a nuestros hijos.
Y estos dos elementos, deporte y naturaleza, los contraponemos a las drogas y el ocio capitalista como medios que facilitan en buena medida el desperdicio de una etapa vital tan relevante como la juventud. Aquí el por qué, la justificación de estas jornadas. Queremos fomentar la práctica de actividades alternativas entre los jóvenes que fortalezcan tanto su físico como su mentalidad inconformista. Fútbol, Paintball y senderismo. Durante tres semanas cambiaremos las copas y los bares por caminos rurales y pistas de fútbol. Y ojalá que sólo sea el principio.