Una nueva demostración de hasta donde puede llegar la estupidez en las personas más jovenes. Y es que, a falta de otros divertimentos, nada mejor que recibir la primavera entre empujones, cubitos de hielo y vasos de tubo, griteríos, bailes y mucha suciedad en el suelo. Y así, entre el buen rollo de la inmensa mayoría de la gente, el malo de alguna, las caras de imbéciles y los gestos tontos para salir, con mucha honra, en televisión o en prensa, discurrió una nueva jornada de alcoholismo adolescente. De nuevo, volvemos a ser la vergüenza de Europa. Hace un par de años, mientras la juventud francesa se encerraba en las aulas para protestar por la ley del primer empleo, aquí nos retábamos entre ciudades para ver quien hacía el botellón más numeroso. Hoy, cuando comprarse una vivienda es prácticamente un sueño, los trabajos para jóvenes son una auténtica basura y el Espacio Europeo de Enseñanza Superior avanza imparable, nosotros respondemos convocando un nuevo jolgorio multitudinario. Y la cosa es preocupante, porque dentro del egocentrismo extremo de las generaciones jóvenes de nuestro momento, dedicarse a actividades de este tipo quizás sea una de las formas más patéticas de invertir el tiempo exclusivamente en el disfrute propio.
Y repetimos lo que dijimos en su momento. Es sano divertirse, pero nefasto vivir para ello.
Estúpidos y embriagados, que el máximo problema que demos sea el concentrarnos a las afueras de la ciudad para beber, así nos quiere el sistema.