No compartimos los procesos de regularización masivos sin análisis alguno de la capacidad de absorción de esos cupos poblacionales.
No compartimos la idea de que la inmigración siga siendo necesaria cuando se cuentan por decenas de miles los inmigrantes en situación de paro.
No compartimos una visión idílica de la inmigración, porque a diario vemos ghettos en nuestras calles y ausencia de integración.
No compartimos la postura en materia de inmigración de nuestro gobierno, contraria al sentido común y al proceder del resto de los países europeos.
No compartimos la consideración de los inmigrantes como un instrumento del que valerse, bien a través de votos o de promociones para llamadas telefónicas internacionales.
No compartimos la idea de la inmigración como un fenómeno positivo. La inmigración siempre es un drama para el que la realiza y un problema a la hora de su integración.
No compartimos el concepto de racismo que maneja nuestro gobierno. Racismo es discriminar a tus propios ciudadanos a la hora de conceder ayudas y servicios sociales. Racismo es utilizar a personas de otra raza con fines instrumentalistas, para hacerse una foto o colocarnos tras los oradores en los mítines.
No compartimos las críticas de nuestro gobierno a otro que en ningún momento ha abandonado los cauces de la legalidad, cumpliendo con su propia legislación y los tratados internacionales suscritos en ese sentido.
No compartimos la vehemencia con la que se critica a un gobierno de nuestro entorno y la tibieza con la que se hace a otro que aún mantiene a 500 presos por motivos políticos en sus cárceles.
En definitiva, casi nada es lo que compartimos con esos del puño y la rosa.