Este plan, caracterizado como la creación progresiva de un Espacio Europeo de Educación superior (este es el objetivo formal), implica importantísimos cambios para los estudios universitarios. La finalidad consiste en motivar e impulsar la movilidad entre los estudiantes europeos, modificar el formato de prestación de la enseñanza, orientándolo hacia la primacía de la práctica y la funcionalidad de lo cursado, así como la adaptación a las exigencias del mercado laboral.
En este proceso, sobresalen una serie de aspectos que están produciendo una transformación notable de la enseñanza universitaria, como la reducción del gasto público de los Estados, la incorporación de las empresas a la vida universitaria y la intención de dotar al estudiante de aptitudes que le valgan en su vida laboral, maximizando la capacidad de adaptación de los estudiantes a las demandas del mercado y la sociedad.
Son estos aspectos los que han provocado fuertes críticas a este proceso, sobre todo por parte de los estudiantes, y una movilización a nivel europeo para frenar su implantación.
Quienes se postulan en contra del Plan Bolonia lo hacen esgrimiendo argumentos como el carácter privatizador de la reforma o lo negativo para el estudio de la implantación del nuevo sistema de créditos.
A día de hoy, si paseamos por cualquier universidad española, será fácil toparnos con pancartas y carteles de protesta contra este proceso. De hecho, en las últimas semanas, las movilizaciones se ha recrudecido. Ahora bien, desde nuestro punto de vista, esas movilizaciones son un fiel reflejo de la situación tan precaria en la que se encuentra la capacidad crítica y reflexiva de la población universitaria española. La mayor parte de los panfletos editados por las organizaciones contestatarias se limitan a repetir tópicos progresistas sobre las consecuencias de este plan. Cuesta encontrar críticas, ataques profundos, bien fundamentados y que sobrepasen la mera formalidad. A lo que hay que unir lo pobre de las alternativas propuestas, apenas existentes y fatalmente planteadas. Vamos, que a nuestro juicio no existe una oposición sólida, con base, a la implantación del EEES. Quizás ahí estribe buena parte del éxito que está teniendo en su implementación.
El proceso de Bolonia no es nefasto sólamente por el hecho de que el BSCH financie sistemas informáticos o se aumenta el número de créditos prácticos de manera excesiva. En ese sentido, podríamos extraer hasta un balance positivo. Se trata del cambio profundo y de raíz que se está realizando en el significado último y principal de lo que hasta ahora ha significado la educación universitaria. Masififación, homogeneización y clases prácticas frente al mérito en el estudio dedidaco e intenso. Habilidades laborales y conocimientos eficaces entierran a la adquisición de una cultura y una capacidad de reflexión. Se cambia lo bueno que pueda ser uno en una disciplina por la capacidad que se tenga para hacer eficaces los conocimientos sobre ella.
Esa es la cuestión y el problema, prolongado en los métodos de establecimiento e implantación de este nuevo modelo de educación.
Y ante esto de poco sirven las infinitas e inagotables asambleas para conocer qué es Bolonia, o para que jóvenes que no han leído el Tratado por el que se instituye o el RD por el que se aplica en nuestro país den su opinión basándose en panfletos de organizaciones con muy poca credibilidad.
Aqui, y por ahora, nos limitamos a la aportación realizada. Ya dedicamos un artículo a ello en D.I. que será actualizado y reelaborado en el próximo número.