Y nada nuevo bajo el sol. El debate sobre el estado de la nación transcurrió en los términos previstos; esterilidad y tópicos, sin más. El gobierno ZP, que por días parece alcanzar mayores cotas de incompetencia, no sorprendió con nada nuevo. El ejecutivo sigue empecinado en que sus medidas "anti-crisis" funcionan, que la culpa de todo la tiene el gobierno "neocon" estadounidense de los últimos ocho años. Y así el etcétera que todos conocemos ya de memoria.
Pero la incapacidad no afecta sólo al gobierno. Ninguno de los partidos de la oposición, grandes o pequeños, parece estar a la altura de las circunstancias. Ni propuestas, ni ataques de envergadura a la más que lamentable política gubernamental, ni una sola alternativa.
¿Algo que salvar? Si acaso un fragmento de la intervención del portavoz de CiU, Durán i LLeida, cuando afirmó que la crisis no sólo afectaba al ámbito económico, sino también al de los valores. De modo que las reformas deberían ser aprovechadas para hacerlas extensivas a otros ámbitos, como el de la educación.
Pero nada significativo. La clase política se encuentra vendida a la ineficacia, a la autocomplacencia y la falta de trabajo en el terreno de las alternativas.
Y para colmo, los sindicatos saltan a la palestra para acompañar esta comparsa de mediocridad política de modo sobresaliente. Cándido Méndez, secretario general de UGT, hizo una de las intervenciones probablemente más bochornosas en la historia de este sindicato, otrora obrero ahora epicentro del nepotismo laboral. Afirmó en una comparecencia junto al Ministro de Trabajo que nuestro sistema de Seguridad Social es fuerte y robusto, que los trabajadores no deben preocuparse, y que quien lo haga, es poco menos que un boicoteador interesado. Esto es, alcanzamos el récord histórico de paro en la historia de nuestro país, con un crecimiento sin parangón en el resto de los países comunitarios aun a pesar de que estos también decrecen económicamente, y el sindicalismo español, por boca de sus mayores representantes, llama al reposo y la tranquilidad. A no hacer nada.
¿El estado de la nación? Malo, por supuesto. Porque si a todo lo anterior añadimos que las calles siguen vacías, que la fiscalización de la clase política por los ciudadanos españoles es prácticamente inexistente el cielo se ennegrece aún más.
Confiemos en que el letargo, de todos, concluya con prontitud.